Victor González Gil 1912-1992

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Algunos aspectos de su biografia
1912 - 1930
1930-1936
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1935 Rumbos
La postguera
 
 
 
 
De Víctor GONZALEZ MOYA

                                   Algunos aspectos de la vida de Víctor González Gil

                                        Mis padres fueron grandes amigos de Miguel Hernández, como escuetamente voy a referir, dada la abundante literatura existente sobre su vida. En prácticamente todas las biografías del poeta, se relata que Miguel, al salir de la cárcel, estuvo refugiado en casa de mis padres, donde meses más tarde nací yo, en la calle Garcilaso 10 de Madrid, al lado del mercado y hoy plaza de Olavide. Hogar, que en realidad fue una imprenta, que había quedado obsoleta y en desuso, era un viejo edificio abandonado. Pero allí empezaron mis padres.
                                   Puede consultarse Tálbora de Moisés de las Heras Fernández (1er. premio novela Rafael Ceballos 2008) Alcalá Grupo Editorial, así como otras publicaciones suyas, donde relata conversaciones con mis padres, respecto a Miguel Hernández.
                                               Estando en la cárcel, le enviaron un colchón a través de mi madre, Dolores Moya Hernández. Dada la coincidencia de apellidos, decía eran parientes lejanos; por lo que logró le dieran a Miguel el colchón, que fue llevado por dos porteadores; y como por esa coincidencia le permitían visitarle, creo recordar, que en alguna ocasión le enviaron algún alimento, pocos dada su escasez.
                                               Puesto en libertad más tarde, vino a refugiarse a casa de mis padres. Creo recordar que Miguel, por las mañanas estaba en la casa-imprenta sin salir (subido o no a la higuera mencionada por Umbral), debido a que enfrente y a pocos metros había una comisaria, cuyo jefe estaba en ella todas las mañanas. Pese a aconsejarle no lo hiciera, quiso marchar a su pueblo para estar junto a su esposa e hijo, y, allí fue denunciado, detenido y encarcelado hasta su muerte por tuberculosis. En el capítulo dedicado a Miguel se incorporan informaciones de mi padre a la prensa sobre su amigo Miguel.
                                               Era una época difícil y peligrosa, estaba recién acabada la guerra. Y mi padre había sido movilizado por el ejército republicano, lo que le convertía en “rojo”. Y era amigo, y estaban escondiendo a otro “rojo” de cierta relevancia, que por fortuna no habían identificado. Y existía desde el fanatismo ensalzado por la guerra ganada, el deseo de venganza, pasando incluso por apetencias económicas, hasta el deseo de matar. Como me dijeron mis padres, en una guerra la gente se vuelve loca. Pero a pesar del ambiente y riesgo, mis padres alojaron a Miguel, nadie más lo hizo, aun vivieran alejados de una comisaría. Otros también le ayudaron, pero no hasta ese punto. Fue años más tarde cuando le vinieron los encargos religiosos que le podían servir de aval para darle una capa de color “azul” por encima de su “roja”, pero a finales de 1939 ni lo sospechaba; aún no se había introducido en la mística religiosa, con la que años después lograra imágenes que pudieran seguir haciendo milagros.
                                               Evidentes y nefastas son las secuelas de la guerra y su larga duración. Yo nací en el año del hambre 1940, y 70 años después, siguen sin resolverse las diferencias de aquella cruenta contienda donde combatieron nuestros padres o abuelos. Enfermedad mala y hereditaria, que se transmite a las generaciones siguientes con un nuevo resurgir de nuevas tensiones y enfrentamientos. Ciego entender del que algunos se libran. Son solo aquellos que sin renunciar a su color, ni a seguir siendo zurdos o diestros, son capaces de arriesgarlo todo, para salvar tanto a unos como a otros. En todas las épocas los hubo, pero están en escandalosa minoría; porque ni siquiera pregonan sus hazañas.

                                               La guerra civil le produjo a mi padre la pérdida de un tímpano, y una bala le entró en la mano al lado del dedo gordo, sin más consecuencias que una cicatriz. Y al no poder dar clases de dibujo, dada la penuria económica de la postguerra era difícil vivir de la escultura; prácticamente solo existía la posibilidad de tener que vivir de la imaginería religiosa.
                                               Mi padre tuvo en realidad arte, y cierta suerte, porque desde el primer momento destacaron sus imágenes, las pudo exponer y tuvo muy buena acogida de la crítica. Relata Rafael Flórez, la devolución del Cristo Resucitado, y el estado anímico del escultor por tal situación. Su estado era aún peor de lo que parecía. Se lo llevaron sin pagar un céntimo, nada le dieron a cuenta durante los dos años que lo tuvieron, y se lo devolvieron sin efectuar pago alguno; pero mi padre tuvo que pagar el coste de su ejecución, la madera y demás gastos, al realizarlo. Y solo años después lo adquirió otra Cofradía, pues realmente era una talla muy buena, puede verse la foto.
                                               Estas cosas eran habituales, sobre todo en la época de escasez de la postguerra. Mi madre era la que se encargaba de llevar las cuentas, y le calculaba los precios que había que pedir; pues mi padre hacía muy  buenas imágenes, pero era un mal vendedor. Aún se conserva en su casa, parte de un trono para Semana Santa, de madera de caoba (que es muy cara), ya casi todo él tallado, pero sin dorar, de un encargo de una Cofradía, que hizo sin tener dinero. Y menos mal que se fueron recolocando otras carrozas, pues encargaron tres o cuatro pasos.  Como anécdota, en Chinchón parte del  importe de un trabajo, se lo pagaron en vino y anís; durante unos dos años, llevaban periódicamente una garrafa de una arroba de buen vino tinto a casa.
                                               La ejecución de Altares y carrozas de Semana Santa o imágenes en general, suponía la contratación de tallistas y doradores, además de los materiales, entre ellos pan de oro; lo que suponía un gasto considerable. Y como pagaba pero no cobraba, la situación económica en ocasiones fue muy adversa.
                                               Recuerdo recogernos del colegio mi madre, pasar por la tienda de ultramarinos, y oírla decir unas veces que lo apuntara, otras que le dieran la cuenta y añadieran lo que retiraba en ese momento, y otras que esperaran un poco más, que le dijeron nos iban a pagar en unos días. Más tarde, la librería Nicolás Moya, la heredan, por haber muerto Pilar, los cuatro hermanos, y periódicamente deciden ir repartiendo beneficios; logrando mejorar algo la situación económica; lo que consiguió cuando logró recuperar la plaza de profesor de dibujo.

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