Cuando la situación económica estaba resuelta, y parecía que la familia estaba a punto de lograr estabilidad y felicidad; ocurrió la desgracia del fallecimiento de mi hermana. Para mis padres fue un tremendo golpe, del que tardaron años en reponerse. Aunque lo intentaban, les era imposible evitar que el otro se diera cuenta del estado de ánimo. Los primeros meses mi padre sufrió mucho; por supuesto mi madre también. Las primeras asistencias a comuniones, bautizos o cualquier celebración, la falta de mi hermana la tenían muy presente, les costó trabajo acostumbrarse a que solo éramos tres.